26.3.12

La delta del Viaducto



Para Darío, mi mejor pícher.

“Yo voy a querer un capuchino, pero sin chile”. La mesera sonríe y me toca la cabeza. “Dele un vaso con leche”. Indica mi madre. Después de hacerle guardia a una mesa en seña de apartado o espera para ocuparla, uno puede sentarse ya que los comensales pagaron y dejaron migajas, gotas secas de café, bolas de servilletas usadas y el cenicero con pedacitos de papel y charquitos de algo. Si esperas a que la limpien, es probable que te la ganen. Pero mi padre es un profesional: ni se la ganan ni es encimoso. Sabe estar de pie sin incomodar. Yo lo imito. Me cruzo de brazos, observo las lámparas, el techo. De vez en cuando intento leer todos los letreros para ser el mejor en clase y que los de la fila de en medio no me molesten. Los divido en sílabas, leo de atrás para adelante, los recito, hasta que mi hermano me calla y jala para que nos sentemos. Ya sentado, juego con el Rolls-Royce a que esquiva los restos de comida de los que se fueron. “Guarda tu coche, ya viene la señorita, ¿quieres un bísquet con cajeta?” Las meseras de los Bísquets Obregón huelen a frijol, a huevo, a cocina. No me gustan. Se ven grasosas, y acercan demasiado sus delantales a la gente. Tienen los brazos morenos o rojos, sin pelo, entonces brillan. De inmediato llegan 2 vasos de cristal con una cuchara metálica dentro. Le sirven ese café oscuro e hirviente a mi padre. Es como menos de un cuarto de vaso. “La cuchara es para que no se vaya a destemplar y se rompa, mira, hazte para atrás, viene la leche caliente”. Y el show de la mesera. Ya vierte desde lo más alto que puede su cascada salpicona, que choca con el extracto de café y provoca mucha espuma. “El mío sin espuma”. Mi madre sí sabe. Creo que lo que no quiere es correr el riesgo de que nos salpique, me ha dicho que la leche quema muy feo. Y a sus 30 años debe saber de muchas cosas. Mi padre nota que entre mi hermano y yo ha comenzado la pelea de turno. Esta vez son patadas bajo la mesa. Como se siente futbolista el cabrón y yo soy una pelota… “¿En serio no quieres que te inscriba en el América? Cerca de la casa están los del Cruz Azul, o los Pumas; y así vas con tu hermano, van juntos”. Jamás. El futbol cansa, no le encuentro chiste. A’i van todos atrás de la pelota, nadie se la pasa a nadie y siempre acabo siendo el portero y el que va por la bola. Me gusta ser el portero porque así sí toco la bola y cuando la echan por arriba puedo brincar y recargarme sobre los demás y pegarles. No me gusta ir por la pelota. Ya sé que cuando gritan “bolita, por favor”, me están diciendo a mí eso de bolita. No me importa, porque cuando despejo desde la portería la chuto chueca, les enoja y tienen que ir por ella.

Las noches de viernes mi padre nos lleva a cenar. A tomar un café. Le gusta ir al café de chinos (jamás he visto uno de ellos, todos son de México). Casi siempre se encuentra gente. Conoce un chorro de personas del sindicato. Todos sus amigos son muy serios, se llaman por apellido. Roura, Jáuregui, Ruvalcaba, el Sr. Gutiérrez, Vizcaíno. No sé por qué ellos no están con sus familias. Se sientan en una mesota y nadie toma café, todos toman coca. Huelen como a vino, mi mamá dice que los muchachos del grupo les gusta la copa. Yo veo que tienen vasos. Mi padre no bebe, se me hace que le gusta más el café porque prefiere estar con nosotros. Al salir de los Bísquets nos encontramos a uno de los muchachos del grupo del sindicato, dijo mi padre que era de la legislativa (que no sé qué es, pero se supone que es como un grupo muy exclusivo del sindicato), e iba con su hija. Ella saludó de beso a mi madre, a mi padre, a mi hermano y a mí no. Me dio coraje. Creo que iba a ser el primer beso que recibiera. En 5to de primaria no se dan besos los del salón, eso pasa con los de la secundaria. Las amigas de mi hermano saludan a los hombres así. Estoy seguro que ella es de secundaria, porque ya se le ve que usa brasier. La hija del señor Borja es blanca y de ojos negros. Cuando me mira, porque me voltea a ver mucho, se ríe. Sé que se ríe de mi pelo o de mi panza. Entonces yo le pongo cara. Se llama Clara y a veces sueño con ella. Ella llevaba una falda azul cielo, calcetas blancas y zapatos negros, ah, y la blusa blanca con tela medio transparente, por eso le pude ver lo de abajo. Seguro se dio cuenta, porque cuando se despidió de mis papás, me volteó a ver con una cara… hizo algo muy raro, sonrió de un lado y cerró un sólo ojo, ya luego volteó la cara y su coleta de caballo hizo un vaivén.

“Entonces qué, mijo, ¿no quieres que tu papá te inscriba en el fut?”. No sé por qué insisten. Además no creo que me acepten, no he visto porteros gorditos. Mi hermano dice que me harían novatada. Que seguro me visten de mujer y me hacen pedir dinero, o que me echan agua y me quitan la ropa. Lo bueno es que yo soy el que mejor pelea, ya me he peleado con 4. No soporto que me digan de cosas, y como mi papá me dijo que no me dejara… ni los empujo, me voy directo a la nariz; eso me enseñó mi hermano, dice que en su clase de ninjas les dijeron que al rival se le derriba con un golpe en la nariz, y la verdad sí es cierto. Si me quieren hacer novatada, no me voy a dejar, además ni me gusta el fut, así que no voy a entrar. En la escuela me tienen miedo, pero creo que les gusta hacerme enojar, porque a la mera hora se echan a correr. Lo bueno viene cuando los logro agarrar, ahí sí que no los suelto. Me gusta que me tengan miedo.

Estaba el chipichipi, ya se venía la lluvia. No llevábamos ni 10 minutos en el coche cuando mi padre se paró afuera de un cine grandote o de algo así. Nos dijo que no habláramos. Bajamos todos. Me costó trabajo salir de atrás del coche. El vocho de mi papá tiene un espacio bien calientito detrás del asiento de atrás, ja, apenas y quepo. “Corran, no viene nada”. Nos cruzamos uno de eso ejes de 6 carriles. Llegamos a una taquilla, pero estaba cerrada, más bien no había nadie. Se oía gente adentro, seguro jugaban las Chivas, a mi padre le gustan, a veces me cuenta del Campeonísimo. Por las rendijas se alcanza a ver el verde del pasto. Mi padre nos dijo que lo siguiéramos. Javi se quedó con mi mamá en una banca y yo me fui con mi papá. En una puerta pequeña, mi padre hablaba con un señor. “Dennos chance, jefe, venimos de fuera y quiero que mi hijo conozca, si quiere, le doy pa’l refresco”. Pensé que era mi novatada, porque era oscuro y olía mal, como a baño que no le jalaron. “Híjole, güero, no sé, ¿cuántos son?”. Mi padre convenció al tipo, le chifló a mi hermano y se vino con mi mamá. Entramos al pasillo largo, y mi papá no le dio el refresco que le prometió dar al señor. Al terminar el pasillo, una luz verde me golpeó la cabeza, podía ver cómo la poca lluvia caía, porque una par de reflectores gigantes la iluminaban, se oía mucha gente. Un chavo más grande que mi hermano nos recibió gritando “¡bienvenidos al infierno!”. Yo sabía que era broma, porque todos estaban muy contentos. El mismo que nos dio la bienvenida saludó a mi padre con entusiasmo. Lo llamó por su apellido y le dijo que era de la palomilla. Se abrazaron y entonces nos dio unos lugares. Pude ver un campo verde con callejones de tierra plana, tenía 9 señores uniformados y uno de ellos estaba parado sobre una montañita y le aventaba la pelota a otro que la cachaba sentado. Un tipo enorme, negro, sostenía un palo con el que intentaba pegarle a la bola. El campo era un gran diamante que deslumbraba sin luz, que brillaba como un planeta o un corazón, ya sé que no brillan, pero así me los imagino siempre. Conocí el beisbol. Conocí el Parque del Seguro. El Parque Delta.

Sentí el aire fresco por todo mi cuerpo. No soñaría más con Clara ni temería ninguna novatada, tampoco sería más un portero. Comenzaba la fantasía, la dignidad y el honor del beisbol en la delta del Viaducto.

Esa noche jugaban los Diablos Rojos del México Rojo contra los Cafeteros de Córdoba. El juego se suspendió por lluvia en la 7ma baja, con la pizarra 7-3 para los de casa.

14.3.12

Estación a D



Vámonos;
te espero
como pasajero tren
en vía durmiente.
Presente, de pie,
sin dormir que te me vas,
que te pierdo,
te me vas y te me irás.
Me subo contigo sólo un tramo,
de flores
en cada vagón me convierto
litros de aire,
vides de bondad
y pájaros azul cielo;
espérame sin saber que te espero
abre lo ojos dos para dentro
abro la ventana y me peino con el viento contracara.

8.3.12

La pelota y el bate



Una pelota con cicatrices como hilos rodaba en el parque. Quería un toque eterno con un bate de madera que había conocido en las menores. Buscaba desesperada. Lloraba desconsolada, hasta que llegó aquel madero y amorosamente la mandó volar lejos, para nunca caer.

7.3.12

Robar la gloria



(Para Darío, cuya presencia es un jonrón que nunca caerá)

J llegó a primera tras la base por bolas. Cuando lo pasan, corre como si su vida se jugara en llegar. La gente gusta de eso y le aplaude y él agradece con sonrisa. Aunque odiaba colocarse en posición sin mérito propio, pues su velocidad ya comienza a ser leyenda. Encabeza la lista de bases robadas y de cuadrangulares de terreno, lleva 59 pillajes y 19 corridas de cuatro esquinas. Cada robo lo había logrado sin presión, con facilidad, casi de pie, con el uniforme inmaculado. Al bat, Don, el zurdo bombardero, el quebrantahuesos. El pícher vigilaba a su corredor. Leftie la tenía fácil. Ver a los venados en los senderos en franca visión facilita la caza. Y ya abría J, uno, dos metros. Leftie tranquilo, su mirada era una cadena larga, pero no infinita. Strike. Don pasa el primer lanzamiento siempre. Incluso gusta de ponerse en 0 y 2 cuando J habita la 1era, dice que así su muchacho no se avienta al hit and run a lo pendejo. Bola. Leftie suda, ya sabe que las 2 siguientes dejarán inmóvil a Don. Bola. J regresa, respira. No gusta de hablar con los inicialistas. Vuelve a abrir. Abre más. Más, pero Leftie le lanza lengua de camaleón y casi lo prende. J se sacude tras barrerse de cabeza. Mira a la distancia a Don, quien está a punto de hacerse estatua de nuevo para permitir el 3 y 1. Bola. Comienza el circo. Don hace su mueca característica, gesticula de lado a lado, se acomoda los testículos, entierra los spikes derechos. Leftie va para home. Swing. Strike. J ni se movió. 3 y 2. Y foul y foul, foul y foul… 2 veces más. Leftie va para su centésimo lanzamiento. Ha aguantado 7 completas. Su manager le pide calma, hay reunión. Lo de siempre. Se relaja. El cátcher sugiere pasar a Don. Después viene el Damasceno, el de Puerto Rico, y pueden jugarle para doble play, sacar primero a Don en segunda aprovechando la lentitud del boricua, y regresar a primera para sólo lidiar con J en tercera y sacar un out. Leftie y el manager acceden. Y sucede. Bola. Allá va J trotando para la intermedia y Don camina a 1era. J está furioso, quería robar su sexagésima. Damasceno se postra en el plato. No espera y al primer tiro se derrama su batazo a los pies de Leftie. Don es puesto fuera y de inmediato sacan en primera. J está en la antesala. Leftie sabe que le quedan 4 o 6 lanzamientos arriba de 90, no más. Está perdiendo el control, lo está perdiendo. Se enfrentará a un bateador de poder, pero de esos que cansan a los pítchers. Leftie no quiere sufrir, así que dosificará sus lanzamientos. J abre, el coach de tercera calla. J ha estado midiendo el vaivén del paso de Leftie todo el juego, y más desde el eterno turno de Don. Lo está cazando. El cátcher mira en automático a su corredor. Leftie comienza su bamboleo, sube la pierna tan alto, bailarina de cancán, que le cubre el rostro. J arranca. Está ya a 45 pies de home. Leftie va descendiendo la pierna y aún no sabe que su corredor está al 50% del camino. El público se levanta como ola. El cátcher tira la careta y espera que la bola llegue. Leftie aún lleva el brazo a la espalda y la cara al cielo cuando escucha el rugir despertar del público. Intuye algo grave, así que su cerebro ordena sacar 98 millas. J vuela a ras de suelo a 3 metros de home. El bateador se ha hecho a un lado. El cátcher vive una agonía larga de medio segundo. J besa la tierra, come arena, y toca el plato. El ampáyer canta el safe. J ha robado el home, J ha robado el home, se vacía la banca. Lo abrazan, lo felicitan. Leftie en cuclillas con la bola amarrada a la mano. La bola nunca llegó, no pudo soltarla, quiso ver cómo J lograba las 60 robadas, así, sin presión, ambos.